Iván Cepeda Castro
En su gestión pública como Alto Comisionado para la Paz, y en sus escritos como psiquiatra, Luis Carlos Restrepo ha expuesto una tipología de las víctimas sobrevivientes de la violencia en Colombia. De acuerdo a esa clasificación, las víctimas o son portadoras de la pasión vengativa, o son presa del chantaje de sus agresores. Como bien lo ha definido el investigador Alfredo Gómez Müller al criticar esta clase de modelos argumentativos, se trata de la “asimilación de la víctima a lo patológico, lo irreflexivo y lo irracional” que conlleva la despolitización de quienes sufren los efectos de la violencia.
Durante el debate parlamentario de los proyectos legislativos que condujeron a la Ley de Justicia y Paz, Restrepo asumió la tesis de que las exigencias de justicia o esclarecimiento eran una manifestación del espíritu vengativo de las víctimas. Para convencer a la opinión de esa tesis aseguró que las pretensiones de esclarecimiento y toda invocación de los crímenes contra la humanidad cometidos por los paramilitares y los agentes estatales eran desmesuradas. Según él, la memoria de tales hechos –que nunca ha condenado con la vehemencia con la que condena los crímenes cometidos por las guerrillas- es altamente contraproducente, pues “el país no está preparado para conocer la verdad”. Así, al presentar una primera categoría de víctimas, las “vengativas”, realizó una doble operación. Por una parte, intentó desfigurar el reclamo de verdad y justicia, dirigido en esencia a lograr la no repetición de los crímenes por medio del debilitamiento del inmenso poder económico y político de los paramilitares y de los agentes estatales que se han lucrado de sus servicios criminales. Por otra parte, pretendió banalizar esas acciones criminales al presentarlas como “errores” que es necesario entender y olvidar en aras al “proceso de reconciliación nacional”. En este mismo semanario, Restrepo afirmó: “las autodefensas fueron un error”. Óigase bien, un “error” y no una estrategia de exterminio cruel y de enriquecimiento, contraria a cualquier noción elemental de Estado democrático.
Ahora el Alto Comisionado nos presenta su interpretación acerca de una segunda categoría de víctimas, aquellas que han salido a las calles con carteles a pedir el acuerdo humanitario. Su diagnóstico es que ellas son fácilmente manipulables. Sus agresores han logrado colocarlas al servicio del ataque contra la “institucionalidad democrática”. Quienes no se han cruzado de brazos a esperar que sus familiares perezcan en la selva por las enfermedades, el tratamiento inhumano que les dan sus captores o los operativos militares de rescate, padecerían, al parecer, de cierto grado del síndrome de Estocolmo. Quienes han mantenido la atención sobre el secuestro durante una década, a pesar de la indiferencia gubernamental y social, serían, desde esta perspectiva, responsables indirectos de la impunidad de los crímenes cometidos por los guerrilleros presos que saldrían de las cárceles. Se pregunta el Alto Comisionado qué hacer ante la cuestión ética de los derechos de las víctimas de los guerrilleros liberados. Extraño interrogante viniendo de quien sin dilemas éticos promovió en la mesa de negociaciones de Santa Fe de Ralito el ocultamiento de los crímenes de los jefes paramilitares.
La idea de víctimas enceguecidas por el resentimiento es funcional a un esquema de adaptación social a la continuidad del poder y la estrategia paramilitares. La desfiguración de la causa del acuerdo humanitario, al presentarlo como una concesión de las víctimas y la sociedad al chantaje de los enemigos del Estado de Derecho, es la negación de cualquier gesto de humanidad en medio de la guerra, y de cualquier negociación de Paz.
Se ha puesto de moda lo que llaman “visibilizar a las víctimas”. La pregunta que debe hacerse es qué imagen se quiere proyectar de ellas. Se quiere una imagen “discreta” de seres sufrientes que se resignan a la ayuda benevolente y a la compasión. Para Restrepo las víctimas que se resisten a entrar en ese juego son un obstáculo. Sus protestas son indignas, sus exigencias de verdad y justicia son vengativas, pues sostienen autónomamente posiciones críticas y no se acomodan a la manipulación externa de su dolor. Dije que el psiquiatra Luis Carlos Restrepo no está capacitado ni es idóneo para el cargo que desempeña, porque no respeta ni valora adecuadamente a las víctimas. Me reitero en lo escrito: debe renunciar.
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