Razones del cultivo intensivo de la palma africana
La palma aceitera (elaeis guineensis) proviene de África y hasta ahora era una materia prima de segundo orden. Su producción respondía a una demanda estable de productos alimenticios y cosméticos que emplean los diferentes aceites extraídos de esta planta, representando casi el 25% de la producción de aceites vegetales en el mundo.
Ahora bien, la expansión tan acelerada que está viviendo en todo el mundo en la actualidad tiene su razón de ser por la aparición de una nueva demanda a nivel internacional por parte de los países desarrollados, como combustible que cubrirá en un futuro próximo la demanda energética que mantienen en la actualidad y que no se plantean reducir a pesar de lo que ya se repite de manera constante, el cercano fin de “la era del petróleo”.
En este contexto, aparecen los denominados biocombustibles en una gama amplia de posibilidades: sintéticos, gaseosos, hidrógenos, etc. En la actualidad tan solo están disponibles dos tipos de combustibles: el bioetanol, que en Colombia también se llama alcohol carburante, que procede de semillas azucaradas o cereales, tales como la caña de azúcar, la yuca, la remolacha, el maíz, la soja. Y el biodiesel, que procede de semillas oleaginosas, tales como la palma aceitera, el girasol, la colza, o incluso producido por el reciclaje de aceite de cocina usado o grasas animales.
Por el hecho de proceder de fuentes vegetales se les ha denominado como “biocombustibles”, aunque crecen las voces discordantes y que critican esta designación que resulta en sí misma engañosa, teniendo en cuenta que la extensión de los mismos conlleva graves daños ecológicos en las zonas donde se implanta su cultivo y dramáticas circunstancias sociales y de violación de los derechos humanos de las comunidades afectadas. Por ello, se plantea que la correcta denominación debe ser la de agrocombustibles.
La Unión Europea y Estados Unidos han comenzado a hablar de buscar reducir su dependencia del petróleo, y buscar combustibles “ecológicos” o poco contaminantes. La imposibilidad de poder producir en sus propios territorios la totalidad de agrocombustibles que necesitarían para atender su demanda interna, así como el hecho de que arriesgarían su seguridad alimentaria (considerada por el propio Bush como un asunto de seguridad nacional) y la supervivencia de sus ecosistemas, lleva de forma inevitable a los países “desarrollados” a trasladar la producción de esos agrocombustibles (o más bien la siembra de las materias primas necesarias para ello) a los países tropicales.
África central fue el productor principal, desde los años 80 les superó Malasia, pero tras la crisis asiática de 1997, la tendencia fue invertir en otras áreas del trópico. En América Latina, después de un ensayo poco exitoso al principio del siglo XX, se retornó al cultivo de forma extensiva desde finales de los 80.
La palma aceitera y su impacto ambiental
La palma africana produce dos tipos de aceite, provenientes respectivamente del fruto y de la semilla. Los árboles dan frutos después de 4 a 5 años y se encuentran en el máximo de la producción de los 20 a 30 años.
Para su cultivo es necesario drenar las aguas, pues si la palma crece en tierras húmedas, el fruto amarillea y no da el rendimiento esperado. En la práctica esto supone la construcción de canales de drenaje que desecan lagunas, caños y cualquier tipo de humedal que quede cerca de los cultivos.
Asimismo necesita de cantidades ingentes de químicos (fungicidas, herbicidas, plaguicidas) dado que al no tratarse de un cultivo autóctono, se ve sometido a muchas plagas y enfermedades. El más famoso de estos químicos es el roundup, fabricado por la multinacional Monsanto, cuyo elemento activo principal es el mismo que están usando en las fumigaciones de cultivos ilícitos, es decir, el glifosato.
Los efluentes utilizados en las plantas extractoras del aceite, se vierten en los ríos cercanos, contaminando fuertemente sus aguas. La eliminación de la capa vegetal originaria deja la tierra a la intemperie, resultando de ello una gran erosión de la tierra.
La palma no puede sobrevivir con otros cultivos o plantas, pues le quitan alimento de la tierra, y rendimiento en cuanto a cantidad de aceite por hectárea. Por ello, los cultivos de palma ofrecen un paisaje monótono, donde la vista solo vislumbra hasta el horizonte un desierto verde. Por ejemplo: en la cuenca del río Curvaradó, aproximadamente 26 especies forestales se encuentran extintas, entre ellas 12 especies maderables para la construcción, 8 especies medicinales y 5 especies para colorantes. Así mismo, cerca de 28 especies faunísticas han sido eliminadas y su hábitat completamente destruido.
Después de que la palma deja de dar rendimientos en un territorio, al cabo de unos 40-50 años produciendo en estas condiciones, esa tierra habrá sido definitivamente empobrecida, a tal punto que ningún cultivo podrá darse (excepto volver a plantar palma de nuevo).
Las pérdidas en biodiversidad son más dramáticas cuando los cultivos se dan en zonas de bosques tropicales, lo que está sucediendo en Colombia en el llamado Chocó biogeográfico.
Cultivo de la palma aceitera y Derechos Humanos
En relación a los derechos humanos, nos encontramos con la violación sistemática y brutal de los derechos de las poblaciones que habitan estos territorios.
De manera intensa en esta última década han sido objeto de feroz persecución, desplazamiento, despojo, asesinato, amenazas, desapariciones y de otras prácticas de terror, por parte de fuerzas del Estado y paramilitares, quienes están llevando a cabo una perversa estrategia de desterritorialización, que no es sólo la usurpación de un territorio, sino la instauración en él de procesos predatorios.
No existen datos unificados sobre la dimensión por hectáreas de tierras despojadas a la población desplazada, pero según estimativos fiables de la Procuraduría General de la Nación, 6.8 millones de hectáreas de tierras fueron forzadamente abandonadas por la población desplazada.
Además, el auge de la violencia paramilitar, a partir de 1996, aumentó la concentración de la propiedad rural, situándose en el 2004 en el 0.85, de acuerdo con el coeficiente Gini., en manos principalmente de empresas transnacionales, narcotraficantes y paramilitares.
En el Bajo Atrato, la palma ha significado 15 desplazamientos forzados. 2 en Cacarica y 13 en Curvaradó. Más de 200 crímenes, entre asesinatos y desapariciones forzadas, sin contar con el saqueo de bienes, quema de poblados, destrucción de bienes de supervivencia, torturas y bloqueo económico.
Por otra parte, los nuevos amos y señores del territorio son quienes establecen relaciones serviles, de explotación y expoliación, llegando la propia Organización Internacional del Trabajo (OIT) a declarar que las condiciones de trabajo en las plantaciones de palma africana son de las más duras y esclavistas de todos los empleos conocidos, que incluyen la vigilancia de las jornadas de trabajo por hombres armados y el pago en vales a canjear por comida en las tiendas de los empresarios, sin que el trabajador cobre el sueldo en dinero y disponga libremente de él. Y no sólo las condiciones de trabajo, sino la persecución sindical y la imposibilidad de negociar cualquier mejora en las condiciones de trabajo.
La defensa e instauración violenta de los agronegocios han agudizado las condiciones de marginación y pobreza, generando reacciones sociales, configurando un proceso que sitúa por un lado a las políticas y los bloques de represión y control y por otro las organizaciones y expresiones sociales reivindicativas de derechos, como el derecho al territorio y a una reforma agraria democrática, nunca lograda en Colombia.
Por otra parte, no hay que desligar los intereses agroenergéticos de otros grandes intereses que se planean en esos mismos espacios geográficos dónde se desarrolla la plantación de la palma. En zonas como el departamento del Chocó y concretamente en la región del Bajo Atrato, hay conocimiento de los grandes y complementarios intereses que existen allí: Los agronegocios de la palma, de banano y caucho, la exploración y explotación del Cerro Careperro a cielo abierto, los Sistemas de Interconexión como las Iniciativas de Integración Regional en Sur América (IIRSA), los Sistemas de Interconexión Fluvial en Sur América (SIFSA), el Plan Puebla Panamá, el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), la infraestructura vial, las Biopatentes, la Carretera Panamericana, entre otros.
Conclusiones
La presentación de los agrocombustibles no sólo como una fuente energética renovable y por tanto no perecedera, a diferencia del petróleo, sino que además emite menos gases de efecto invernadero que el combustible fósil, omite que acarrean el problema de la competencia en el uso de la tierra, entre producir alimentos o producir materias primas para combustibles.
Asímismo se omite que la provisión de la Palma será en los países del “Sur”, en donde la crisis del hambre y la miseria aumentarán. Para sustituir totalmente la demanda actual de petróleo en el mundo por agrocombustibles, se necesitaría sembrar el equivalente a tres planetas tierra de semillas para obtenerlos. Y por tanto dejar de producir alimentos.
Que benefician a la humanidad no es cierto, en tanto por “humanidad” se comprenda más allá de aquellas franjas de población que consumen más del 80% de los recursos naturales del mundo. Y teniendo en cuenta que este cultivo no solo destruye territorios ricos en biodiversidad y ecosistemas, sino también identidades culturales, de pueblos originarios, de comunidades afrodescendientes y de campesinos/as a quienes se les niega su supervivencia, su existencia y su futuro.
Que contribuyen a frenar el calentamiento global del planeta es el argumento más publicitado, en cuanto que el CO2 que va a la atmósfera con el uso del biocombustible, es a la vez recogido por las plantas que constituyen la materia prima para elaborarlo. Esto es lo que en el Protocolo de Kyoto se ha llamado “sumideros de carbono”, como argucia para que los países que emitan más CO2, puedan evadir su responsabilidad de tener que reducirlas, tan solo con entrar en el llamado “mercado del carbono”, según el cual un país gran emisor de gases de efecto invernadero, puede invertir en sembrar plantas que capturen sus excesos de emisiones en otros países. Tampoco desde esta lógica se pueden justificar los agrocombustibles, pues si de verdad la preocupación es el calentamiento global del planeta, el pago por “sumideros de carbono” debería consistir en promocionar e incentivar la conservación de las selvas, bosques y cualesquiera ecosistemas de los países tropicales, pues son éstos los verdaderos fijadores de carbono al suelo. Y el respeto y reconocimiento en esta labor de conservación a los pueblos nativos de los territorios, que son lo que por miles de años han conservado estos ricos ecosistemas.
Toda esta gama de iniciativas macroeconómicas atenta contra la identidad cultural de estos grupos humanos, contra el derecho fundamental a su vida y a su territorio, imponiéndose a sangre y fuego, evidenciando la relación en cadena Estado- paramilitarismo- expropiación territorial- narcotráfico- empresas- economía global- intereses geoestratégicos.